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Muchos CYCO en la ciudad | Susy Mora

lunes, agosto, 2018

Yo soy CyCo… ¿y usted? Seguro también. Y si no lo es, pero se da la oportunidad, con certeza se convierte en uno. Y no se asuste, no es nada peligroso, o bueno sí. Aunque, le confieso, el único peligro es no querer parar de rodar, de pedalear y recorrer kilómetros mientras disfruta de los magníficos, implacables e imponentes paisajes que tiene Bogotá y sus alrededores mientras está sobre una bicicleta.

Entonces, para estar alineados, le confieso que yo, Susana Mora (porque ese es mi nombre) soy CyCo. Una perfecta y atrevida conjunción entre Phycho, una palabra del slang norteamericano para hacer referencia a esas personas mentalmente inestables y – aprovechando que suenan igual – Cycling, de ciclismo. Sí, yo se: es fácil de entender, y finalmente – también aprovechando que suenan igual – Co, de Colombia.

Entonces, de ahora en adelante la nueva definición de Phycho es CyCo, que es básicamente: (Def.) Aquel colombiano que padece del insaciable anhelo por estar sobre una bicicleta pedaleando, y como el deporte es salud – y no solo a nivel físico – entonces ser CyCo, se convierte en el antónimo perfecto de Phycho, porque a través de este desbordante arrojo e irracional energía por pedalear encontramos el balance y el equilibrio absoluto.

Y como no. Como no disfrutar de las grandes autopistas que conducen, rodeadas de pinos y praderas verdes, hacia la represa del Sisga. Ruta que es abrazada por montañas color terracota antes de “coronar” esos 5 kilómetros de ascenso amigable, para descender con una inigualable vista. Como no disfrutar del embalse de Tominé, mientras se pedalea en un terreno “rompe– piernas” en donde, antes de llegar a Guatavita agradecemos la inmensidad del agua. Como no disfrutar de la mordaz neblina que cala en los huesos al llegar al Alto de la Cuchilla, después de pedalear 12 kilómetros en ascenso con casi 800m de desnivel. Como no disfrutar de los 11 kilómetros que tiene el Alto de Margaritas, antes de entregarnos la mejor vista a la Represa del Neusa.

Como no disfrutar del corazón que quiere estallarse en los tramos al 15% de inclinación mientras subimos el Alto de Yerbabuena, o como no disfrutar de las sonrisas que quedan cuando tomamos aguapanela, con los dedos congelados en Guasca, o nos comemos un pan de queso en una tienda de esquina en Sesquilé. Como no disfrutar de los logros de quienes pedaleen con nosotros, como no disfrutar del viento – sí, por más cursi que suene -como no disfrutar además, de la rueda de adelante que nos da un respiro, como disfrutar de los demás ciclistas que cuando se cruzan con nosotros “chiflan”, y con eso, lo dicen todo. ¿Saben que es todo? Todo es: “Estamos contactados. Somos de los mismos. Entiendo tu esfuerzo. Entiendo tu pasión…” y de ahora en adelante cuando “chiflemos” estaremos diciendo:

“Somos CyCo. Tu y yo y todos los demás”.

Sobre la bicicleta se pasa la vida. Literal y analógicamente. Pasamos cientos de horas sobre ella a lo largo del tiempo, descubrimos paisajes inimaginables, encontramos esquinas desconocidas, recorremos kilómetros inexplorados, realmente atendemos a lo que nos rodea y nos conectamos con los pulmones de una ciudad turbulenta que vibra a mil revoluciones. Revoluciones que transformamos en una interesante mezcla de ingredientes que dan como resultado nuestro movimiento constante, y que – como en la vida – deberíamos mantener.

Es así como llega la analogía con la vida. Sobre la bicicleta debemos ser constantes en el pedaleo, para avanzar con una cadencia adecuada. En la vida debemos ser constantes para abrazar nuestros propósitos. Sobre la bicicleta debemos exigir nuestras piernas para avanzar con potencia. En la vida debemos exigirnos para avanzar con ímpetu. Sobre la bicicleta debemos monitorear nuestras pulsaciones, para no “reventar” el músculo más importante; el corazón. En la vida, debemos escuchar con la cabeza, los latidos del corazón; para equilibrar las motivaciones de ambos. Porque todo es balance, mesura y nada funciona sin su complemento: la razón es directamente proporcional a la emoción, y viceversa.

Sobre la bicicleta y en la vida; la razón dibuja, traza y dicta el mejor camino, mientras la emoción nos permite recorrerla con mayor placer, sensibilidad y pasión. Sobre la bicicleta debemos mirar hacia delante, visualizando la cima, pero sin calcular cuánto falta por recorrer. Sobre la bici – a veces – giramos hacia atrás, pero debe ser para apreciar lo que hemos recorrido. Y así es en la vida… ¿No? En la bici, como en la vida debe estar presente el principio del aquí y el ahora.

Entonces, Bogotá – porque es la ciudad en la que vivo – se convierte en el mejor escenario para pedalear, encontrarme conmigo y otros CyCos. Salga, sude, sufra, lleve el corazón a tope y encuentre su balance, que finalmente somos lo que nos mueve. A mí me mueve esta Bendita Pasión, que indiscutiblemente es mi refugio, mi maestro y el lugar donde debo estar. That´s #ThePlaceToBe.



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